Neurosis digital o autismo positivista

lunes, 9 de marzo de 2009

Lima, again



No encuentro vuelos low cost para volver por aire. Lima es como Bogotá o Cali pero sin la alegría caribeña-brasilera. La limeña es como la caleña pero sin siliconas. Salgo a tomar unas cervezas con un escocés y el indio Apu. Tomamos una cerveza en un bar lleno de prostitutas. Apu conoce a todos los que trabajan en el lugar y está obsesionado con encajarnos la promo: chica + cuarto por cien soles. Le comento al escocés que lo que no me gusta de estos lugares -y de la prostitución- es la cara de aburrimiento de esa chica: una linda limeña que baila con un gordo desagradable. Ok, nadie disfrutaría de ese momento, pero al menos ponele acting, el problema es que ese gesto de desagrado se les graba en la cara y después lo sufrís vos, que tratás de ser día a día un poco más agradable.

Life is life, baby.

El escocés vive en un pueblito cercano a Glasgow, es ingeniero eléctrico o algo así e instala calefacciones en colegios y baños. Por momentos le entiendo, por momentos tiene ese jodido acento cerrado tan similar al irlandés. ¿What? Bla bla bla. What? Bla bla bla. Me doy por vencido. Ok, digo, y sonrío, como los bolivianos que no entienden nada de nuestro acento y dicen sí, sí a cualquier cosa.

No pienso gastar cien soles o pesos en quince minutos de indiferencia desnuda. El bar parece lleno de extras, todas actrices de reparto esperando para entrar al stage.
Aburrimiento y tristeza. Shalinder, el indio, está insoportable, pero me despierta cierta solidaridad así que le convido cerveza y tabaco. Fumo algunos cigarrillos por noche. Y de pronto también de día. Maldita sea. Prometo dejar en BA con la compulsiva técnica de las mentitas. Y algo de running. Confío en poder. Confío en sufrir. Aguantar. Extraño la sonrisa renovada de mamá, la ducha a metros de mi cuarto que es vieja pero no me da patadas cuando levanto los brazos, como estas precarias duchas eléctricas. Juanita, la administradora del hostel, se va a vivir a New York. Le propongo conversar en inglés. Practicar. Nivel básico. Peor que el indio amigo de Apu (realmente son muy parecidos a Apu y su amigo). En la terraza, antes de que llegue el escocés, me convidan un vino blanco mendocino barato y ron con agua. Apu pone una canción india en su celular y conversan en indio. Me siento en una película extraña. Trato de participar en la charla pero es difícil. Sin embargo entiendo el tema, no sé cómo. Alcohol y dinero. El amigo necesita un préstamo para comprar más ron, recibe plata en tres días. Con el escocés me siento en una película de Boyle, alguna de Loach o Sheridan. Las primeras, siempre las mejores. Le comento a James, the scottish, que Boyle siguió el típico camino del cineasta talentoso: un principio potente con Tumba al ras de la tierra y Trainspotting, y después en Hollywood se fue a la mierda. Como Wenders y Tikwer y Salles y Weir después de The Truman show. ¿Qué sale juntándolos a ustedes dos?, les pregunto a Apu y al escocés. Slumdog Millionaire! El indio no entiende nada y al escocés creo que no le gusta el chiste. Salimos a buscar un bar normal. El problema de Lima, digo, es que nunca sabés cuando una chica es prostituta y cuándo es una chica 'normal'. Entiendo que es un trabajo, pero quiero un poco más de humanidad. Necesito tiempo. Necesito amor, como decía Klaus Kinski. El escocés quiere otra cerveza. Una linda morocha con acento español nos invita a un bar. Entramos y está vacío. Los domingos la gente descansa, es universal. Le pregunto de dónde es. Barcelona. ¿Y qué hace una catalana acá? Me enamoré. Suele pasar, digo, los europeos que se quedan a vivir en este continente se enamoran de alguna persona o de alguna ciudad. Como los indios que viven hace meses en este hostel de Lima. El escocés no lo entiende. Mucha gente vive en hoteles, digo. Como el profesor de surf que tiene un cuarto propio acá con una tele de cuarenta pulgadas y cama king size. Quizás sea más barato que un hotel. O más lindo. A la noche me quedo en el pasillo del hostel leyendo una novela de Vonnegut en inglés. No entiendo demasiado pero estoy obsesionado con mejorar mi inglés. Extraño que me entiendan un poco más que acá. Y el humor de amigos intelectuales, y los chistes de mis amigos cuando dejan de ser intelectuales. El non sense y el cinismo porteño. El olor a semén de mi computadora. El fantasma de Oliver, mi perro muerto, que aún ronda por la casa. La escueta sonrisa de mi padre. La seguridad ontológica-bacterial que encuentro en mi inodoro. Mi edipo. El sexo. Mi cuadra. El miedo que me genera el oscuro marido de la hija del dealer muerto de la cuadra. El supermercado chino de la otra cuadra y las discusiones ininteligibles que salen y entran del teléfono inalámbrico mientras la lectora de precios hace su reglamentario ruidito. El jamón más barato que tenga el boliviano de la fiambrería que está al fondo del supermercado chino y un Fargo que no esté muy vencido y mayonesa si es posible Hellmann's y una película en verano. Y una chica que no moleste demasiado pero que cada tanto se porte mal. Leer en mi baño, aislado del mundo. Un irlandés ronca y le tiro una almohada. Sorry, le digo. Es alto, temo que se enoje. Do you want that I throw you back?, me dice. Ok, thanks. Me la devuelve. Amable el irish. Al rato ronca el viejo limeño al que a la tarde le gané una partida de ajedrez y después empatamos. Con el empate me quedo contento, me dijo. Simpático. Después perdí en una plaza contra un limeño que jugaba por dos soles. Tarde o temprano perdés el invicto. Como no tengo ángulo para tirarle almohadas al viejo (él está en la marinera de al lado pero abajo, y yo arriba), le muevo la cama marinera, como si fuese un bebé que llora en medio de la noche. Vuelve a roncar. Lo hamaco más fuerte y por fin reina el silencio. Al otro día robo yogur de la heladera y vuelvo a probar la leche evaporada: una delicia, es como leche cremosa premium. Pero viene en envase chico, claro, es como un litro concentrado en un cuarto. Almuerzo ceviche y pescado a lo macho (otra vez el machismo, también en el arte culinario) y el fantasma de la salmonella recorre mi estómago. Pregunto obsesivamente si el pescado y los mariscos son frescos. Sí, el pescado llega los lunes y martes. Digo, lunes y jueves. ¿Esa duda es honesta o descubre la mentira? Después de comer me siento pesado y con algo de jaqueca. Fumo. Termino mis Hamilton (un paquete de cinco cigarrillos). Tomo fuerzas escuchando Life is life en el blog de un amigo. Transpiro mi nueva remera turquesa 100& cotton. ¿O es rosa oscuro? No sé cuál es el problema con tener una remera rosa, de última. Además tiene letras negras, dice Los muertos y live fast, die young, Los Angeles, Ca, un lugar común que le da cierta virilidad. Mi remera es un buen soundtrack para las últimas páginas de Less than zero. Mi contacto con Buenos Aires es el mail, el puto facebook y algunos blogs. La vida continua sin mí. Mami y mi ex psicólogo tenían razón, no soy el centro del mundo. Viajar en avión en trayectos cortos es de burgueses con panza y maletín o de europeos caretas. I'm going back home, mamma. Me voy al barrio La Victoria a buscar un bus a Cuzco o La paz en la Cooperativa Flores.

5 comentarios:

carla dijo...

ey, j
buena buena buena
:)

(la parte de todo lo que extrañás la rockea)

te tiro un "bienvenido" precoz?

saludos,

lenguaviperina dijo...

gracias compañera.
muy buenos esos apuntes evo-bolivarianos.

Shera dijo...

Hermano, muy buena tu miseria como siempre. Cada día sufrías más y escribís mejor. Venite y armamos un futbol y patio de liliana.
Abrazo
Nico Damin

lenguaviperina dijo...

Gracias, brother. Dale, me sumo a ambas en unos días.
abrazo!

lenguaviperina dijo...

Gracias, brother. Dale, me sumo a ambas en unos días.
abrazo!