Neurosis digital o autismo positivista

sábado, 7 de marzo de 2009

El fotogénico Viperino, después de una semana en Cali



Probar carne fuera de Argentina es comer tiritas de bife angosto que dejaron al sol en medio del desierto durante una temporada. Alguien encuentra los pedazos resecos, sin sangre ni grasa, puro nervio la carne y el traficante, que los revende a un restaurante chévere. El dueño del restaurante piensa unos minutos mientras fuma un Baltimore o un Lark's y le da un papelito al pinche para que lo escriba en el pizarrón de la entrada con su mejor letra: Carne argentina en promoción.

Llego a mi hostal preferido de Lima: Friend's home. Milton, el simpático negrito encargado de la atención los fines de semana, me regala mi sobrenombre con una sonrisa: ¡Milkhouse!

Dejo la sucia mochila y voy a la terraza. Tirado en un sillón, el simpático indio. ¡Apu! Lo veo más flaco y deprimido. ¿Lo habrá dejado su novia limeña? Me dice que no, que todo sigue igual, bien. En la cocina me sorprende ver a una pareja de mediana edad tomando cerveza de litro. ¿Hay cerveza de litro acá? Milton: sí, argentino, ¿no te acuerdas de todos los margaritos que tomaste? Los países se me confunden. Creí que margaritos (chela de litro) sólo había en Argentina. Acá prima el porrón.

El taxista con dientes de oro me recuerda a Gato negro, gato blanco. Conversamos. Me deja en el aeropuerto, donde compruebo que no es tan fácil como pensaba conseguir un vuelto de última hora. Bueno, si logro relajarme (relajarse, qué utopía: veintisiete años de neurosis heredada que le retransmitiré a mi dulce progenie: ¿tener hijos o cultivar marihuana?, he ahí el dilema universal), puedo llegar a disfrutar el sábado limeño.

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