Neurosis digital o autismo positivista

martes, 10 de febrero de 2009

Quito y la mitad del mundo



Uff. Extrañaba fumar frente al teclado. Maldito diablo blanco. Es el tercer cigarrillo que le pido a japoneses (por suerte no le pedí a ningún occidental) y ayer compré uno, después de cenar un sólido chaw-mien en Guayaquil. Ambas ciudades carecen de subte pero tienen el metro-bus, una especie de colectivo-trolebus y subte que va por el medio de muchas avenidas, con su carril exclusivo. Y podés hacer transbordos, todo por 25 centavos de dólar. Para alguien que quiere conocer la ciudad, es casi ideal. Me falta cenicero.

Pasé una parte importante de los dos últimos días viajando en metro-bus. Y a la noche diez horas de Guayaquil a Quito. Hago una pausa para terminar mi cigarrillo, lo apago en el parqué y al tacho. Hoy llegué a la madrugada, busqué hostales por la zona de la terminal pero parecían nichos. Por suerte conversé con una familia (pareja de cincuenta y tantos años e hija de quince y algo) que iban para el Centro en taxi, a una dirección de unos conocidos hermanos de Dios. Por un momento, al entrar al taxi, pensé en una secta, un secuestro, pero el tipo tenía tanta cara de bueno (estilo el flaquito que intenta reemplazar a Santiago Segura en Muertos de risa) que me relajé.

Fue un lindo viaje, y además el doble de Segura no me dejó colaborar. Llegué a una de las plazas centrales (la de San Francisco), cada plaza con su iglesia (tal vez lo que arruina al continente sea el exceso de fútbol, drogas baratas y catolicismo) y encontré el Hotel de Sucre, que está en la esquina de la plaza, con un lindo balcón. Por sólo tres dólares tengo cuarto propio (sin ventana, era la última habitación), living con dvd's, cocina, ducha con agua caliente, en fin, un hallazgo. En el lugar hay franceses, alemanes, chilenos, argentinos, algunos coreanos (es un buen modo de empezar una conversación decir que el cine de su país es mi preferido) y muchos japoneses (sí, hablamos de Kitano, Kurosawa y Miyazaki; no les mencioné al otro Kurosawa, Kioshi, porque tienen 21 años y no los vi muy cinéfilos).

Lo que más me gusta de los hostales o hostels u hoteles (en toda la zona andina se llama hostal al hotel, y este que dice hotel es una más bien un hostel) es cuando tienen cocina, y compartís cenas y almuerzos y hornallas y aprendés distintos modos de cocinar. Los chilenos hicieron un saltadito de pollo y verduras con soja muy bueno. El cordobés músico y administrador de campos hizo una sopa con fideos, verduras y algo de carne muy respetable (no le gustan los segundos de acá, mucho arroz), los japoneses hicieron sopa y té pero les quiero prestar más atención cuando cocinen, son subrepticios, casi invisibles, y los ecuatorianos hicieron un omelette con mucho aceite, verduras y bananas (tienen una bolsa gigante de bananas verdes).

Todo lo que está en la mesa de la cocina es para compartir. Yo terminé mi
aguardiante que compartí con el cordobés y los chilenos (aproveché para practicar lo aprendido en Montañita: me salió un daiquiri más que digno: hielo, naranjas peladas, azúcar, aguardiente a falta de ron, nada de agua y después colar). En un acto de nobleza lavé durante media hora. Después vino uno de los ecuatorianos-serenos y retó al que había lavado, pero le expliqué el contexto y se disculpó.

Hoy caminé y busée durante todo el día. Me pesé por diez centavos de dólar con la balanza callejera de una chica que parecía cieguita pero no lo era. 190, indicó la balanza. Ah, creí que era en kilos. Se agachó y cambió el sistema. Caminar, comer arroz, sopa y banana durante un mes rindió sus frutos: bajé cuatro kilos.

Fui hasta el centro del mundo pero para entrar había que pagar. Había una chica en informaciones.

-¿Cuánto sale?
-¿Qué?

Desde que salí de Buenos Aires nadie me entiende. Me recuerda a mis amigos pero peor. Hago preguntas simples, muevo los brazos, a veces logro respuestas coherentes y a veces sólo me dicen sí, sí, y se alejan (el acento, la barba, mi pronunciación acelerada y turbia, la idiotez de los cerebros sobresaturados de fútbol, potasio, almidón y catolicismo, who fucking now?).

- Cuánto cuesta?
-Dos dólares.
- ¿Y qué hay adentro?
-Restaurants, tiendas de artesanía, el pabellón de Francia y el de España.
- No me interesan los restaurants ni las tiendas. Qué hay en los pabellones?
- Están las historias de los franceses y españoles más ilustres que visitaron la mitad del mundo.
- Sólo eso hay?
- Y un museo etnográfico de varios pisos. Cada piso está dedicado a una comunidad indígena diferente.
- Eso me interesa.
- Sale tres dólares más.
- ...
- ...
- (Bueno, andate a la concha de tu hermana).

Seguiré con mi tendencia Barleby: Tiwanaku, Macchu Pichu, mitad del mundo. Al único museo que entré fue al etnográfico de La Paz (muy bueno, pero era gratuito). Mantendré mi política de sólo gastar en alimento, alojamiento, transporte, menta, bebida y algún esporádico tentempié fumable combinable.

De día parecía Disney. Los japoneses me dijeron que a la noche te atacaban por atrás al cuello. Too much movies, les dije. Pero a la noche el cordobés me mandó a comprar carne para la sopa y era un barrio distinto: dealers de pasta base (porro venden las negras en el arco), todo cerrado (pero todo: acá los locales de comida -y todo el resto- cierran religiosamente a las ocho) y mucho quinceañero morocho y con ropa/harapos al que si le aplicamos el polémico pero empírico método policial de portación de cara y vestimenta podríamos calificar de sospechosos. Querían venderme un pollo por seis dólares pero no, gracias. Conseguí naranjas, a diez centavos cada una, y volví casi corriendo (la imagen de la chica blanca pero medio demacrada comprando pasta base en una esquina oscura me recordó con temor a Trainspotting).
Una de las japonesas viaja sola, tenemos un inglés afín, es linda, va a Buenos Aires (final destination de muchos) y se llama Kioko (sumado a que viaja sola tiene el único nombre entendible/recordable de todos). Lástima que se va the day after tomorrow, y sólo por cuatro días, porque después quiere estar unos días en el carnaval de Río (bueno, en este caso no era final destination). Otros orientales se llaman fonéticamente talk, kiao, mandoriaon, en fin, ni siquiera se entienden fonéticamente. Talk es un viejo que está hace unos meses, y está por empezar algún negocio. El cordobés también. Se va a Colombia o a Italia, a arreglar algo sobre los campos. Colombia es tentador, estando tan cerquita. Pero son 24 horas más en bus, y ya tengo más de cien horas de vuelta (y algo más de cien dólares). La única opción sería un aéreo desde Lima. Tal vez Ecuador sea un buen u-turn. Escucho conversaciones en japonés y me siento en una de Kitano. En Montañita me sentía en una de Wenders o Tykwer (Corre Lola corre) y en Lima en una de Bergman o Moodyson (Fucking Amal, All Together).

La prensa amarilla ecuatoriana se deleita por estos días con el caso de una mujer que le arrancó la lengua a su amante en pleno orgasmo. Esa fue la tapa de ayer. Con una ilustración muy sangrienta. Hoy la tapa es: habla la hija de la come-lengua: ella le arrancó la lengua porque él la engañaba. En fin, casi extrañó al amarillismo peruano, y los entretelones de todos los familiares directos y políticos de Baily y los problemas maritales del Manco no sé qué, una estrella de alguno de los inconstantes equipos peruanos.

Lo malo de este hotel es el aislamiento nocturno, pero bueno, no hay mal que por bien no venga. Ahorraremos para lugares menos inhóspitos. Además me viene bien acostarme temprano. Hoy estuve en la iglesia de San Francisco, vi el cuadro más grande de toda mi vida (como 15x10: una reunión hiper numerosa de algo así como una secta, con el cura o lo que sea en el centro del cuadro). El cuadro ocupaba toda una pared, de esas paredes altísimas que tienen las iglesias. Cada dos cuadras hay una iglesia. Cuando entré a la de San Francisco salía una chica con escote. No pude evitar una mirada poco piadosa. Ah, acostarme temprano. Sí, porque hay un cartel que dice que el cura atiende confesiones después de las misas de las 7:30 y las 8:30. Trataré de llegar a las nueve.

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