Neurosis digital o autismo positivista

viernes, 6 de febrero de 2009

Fin de semana en Montañita



En mi hostal alejado con hamaca paraguaya en el patio, los nenes de la señora parecen bolivianos o chicas de Beccar: pasan por al lado jugando como si fuese invisible. Terminé el bluff de Toussaint (La televisión): gracias, Fresán, por hacerme gastar 30 soles.

Estoy con Cartas a un novelista, de Vargas Llosa, que es medio choto pero tiene buenos momentos (como casi todo, supongo).

Vargas Llosa me recuerda a Quintín (salvando distancias, claro, por algo a uno lo nominan para el Nobel y a otro lo alaban treinta groupies de su blog): pero de jóvenes los dos hicieron cosas interesantes (algunas novelas; algunas ediciones de revistas y festivales) pero ahora, si bien por momentos dan muestras de mantener casi intacta su lucidez, se volvieron medio gagás y tirados a la derecha (Woody Allen diría que fue el mismo movimiento: estar gagás les atrofió el cerebro y por eso se volvieron de derecha).

En fin, a los dos les gustaría Máncora y Montañitas.

Estar en el agua azul transparente cuando el sol se mete en el mar es un buen momento: dan ganas de ir nadando hacia el horizonte. Pero como soy mal nadador, no me alejo de la parte no honda y como soy pobre, hago surf con las manos: viene la olita y me tiro. Trago agua pero en mis buenas olas tengo dos microsegundos de surfing.

Al igual que los últimos resultados internacionales, los muchachos ecuatorianos son bastante habilidosos en el fútbol playero: fallan demasiado en la definición pero tienen una velocidad y una facilidad para los pases largos y cortos que es asombrosa. Un poco abrumado por tanto despliegue físico, no me animé aún a jugar. Quizás podría atajar pero juegan con arco chico. En Perú, en cambio, el fútbol playero, al igual que su seleccionado, era torpe y sucio. Pero ayer fui a correr y estuvo muy bueno. Estuve tal vez demasiado atento a no toparme con ninguna arañita de mar (y después en el agua, brevemente desnudo, a no encontrarme a ninguna medusa) pero la pasé bien.

Pegué cierta onda con unos alemanes y algún estadounidense. Cuando los alemanes hablan en alemán es duro, pero bueno, trato de llevarlos al inglés. Hoy al suizo (Reto, o algo así, su novia o no sé qué se llama Loreto, dice, y se ríe como Beavis & Butthead) le dije english, please. Me miró y me dijo es que es difícil para mí. Tiene el pecho tatuado de indígenas. En la playa los visita su dealer. Lo conocieron ayer en su cabalgata por el bosque. El tipo planta diferentes plantas de marihuana, que debe ser muy buena, pero los europeos suelen deslumbrarse por los relativamente baratos precios de la cocaína. Y entonces tienen problemas con el insomnio y esas cosas. Cuando salís del boliche y te estás yendo a combatir a los mosquitos y a los fantasmas femeninos a tu solitaria cama, te los encontrás en un bar, tomando cerveza tras cerveza. Martin, el alemán con el que más conversé, me ofrece merca pero digo no, gracias. Ya suficientes problemas tengo para controlar mi presupuesto diario en este mundo dolarizado (y con mi tendencia consumista) para sumar al demonio blanco. Hace dos noches, conversamos con unas chilenas de veinte años que sabían alemán. Por un rato me quedé otra vez afuera. Una se llamaba Estefanía (un nombre muy común entre los turistas de acá) y otra SolVeigh. ¿Cómo Timothy McVeigh, el de la matanza de Oklahoma?, le pregunto. Eh, sí, sí. Steffie estuvo el año pasado en Buenos Aires: quiso empezar el cbc para sociología pero se vio abrumada por tanto activismo político. Iba a sacar fotocopias y le decían que ahí no sacara porque no sé qué. La tranquilizo: no se dedican todos a la política y el izquierdismo, menos del 5% milita. Ahora estudia periodismo en la Universidad Católica, lo que le asegurara contraer nupcias con un potencialmente potentado niño estudiante de leyes en la U o la Católica y lo que por otro lado disminuirá en un 84% su esperanza orgásmica anual.

Un gran momento de anoche fue que tocó una banda que rompió el cráneo. Hoy repite. En un bar sonaba Shine on your crazy diamond así que me senté a probar mi nueva tuquera/pipa (de combustión interna, o algo así). Le di sólo dos secas al material de Hans y estaba en otro planeta. Empecé a socializar con la gente y a entender el lugar. Cuando entré a Cañas-disco, había una banda que sonaba compacta y potente y una rubia estilo Sheryl Crow que hacía covers de I feel good, Marley y otras cosas. Me enamoré. Pero después de tres temas la hermosa rubia con voz de negra se fue y llegó un gordito parecido al Hurley de Lost que agarró el micrófono con timidez. Pensé: a este lo van a linchar vivo, pero el gordo la rompió, nos puso a todos a bailar (yo bailaba solo en la primer fila) con covers como Santeria, de Sublime, algo de Manu Chao y otras cosas. Podría haber tocado No rain, de Blind Melon. Algunos seguramente argentinos pasaban por el costado del escenario para ahorrar tiempo y el gordo los puteaba. Después pasan música de mierda estilo boliche de Olivos con arena pero bueno, como dijo alguien, confío en mi hans-stuff, puerta de entrada a todo grupo.

Dos hermanas porteñas me invitaron a tomar coco con vodka en su hostal. Pegamos cierta afinidad insultando a la mayoritaria comunidad turística de Montañitas (argentinos y chilenos). Escribo en un mini teclado con una pantalla plana ancha (HP w1907: 1,50 dólares la hora). En el fondo del ciber, juegos en red en teles de treinta pulgadas. El viernes trajo mucha población de Guayaquil: una mezcla de raperos puertorriqueños y señoras chetas de Lima. Comí en la calle un choclo buenísimo: al choclo hervido blanco lo pincelan con salsa provenzal, después a la parrilla, y después le pasan otras pinceladas de mayonesa verde y lo hunden en queso rallado. Medio dólar el chiquito. Hay un yankee llamado Will que se parece a Walt Whitman. Le pregunté si era de Los Angeles y me dijo no, West Virginia. Tiene una larga barba rubia y una sonrisa amplia y relajada. No sé qué estudiaba hasta que se dio cuenta de que no quería trabajar encerrado, así que se cambió a agriculture. Ayer me compré una petaca de aguardiente y lo fui mezclando con los jugos naturales que venden los puestitos de la calle: tomate del árbol (un tomate más salvaje y dulce), maracuyá, mango y naranjilla. O fueron las frutas raras en exceso o el burrito con mucho jalapeño que me clave de bajón (no debí seguir el ejemplo de Will) pero hoy al mediodía volví a tener problemas intestinales. En fin, son las once y estoy sobrio, pero tanta presión social es fuerte. Una señora que hacía jugos me recomendó la limonada. Te corta, me dijo. Bueno, dame una. Los alemanes quieren que les abran los boliches de música electrónica que hay sobre la playa. Se van mañana y esperan pasar su última noche bailando como autistas enarenados. Voy a ver si encuentro el hostal de las hermanas (está junto a la iglesia) y espero que me hayan guardado un poco de coco con vodka.

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