Neurosis digital o autismo positivista

miércoles, 28 de enero de 2009

Cuando el hostel funciona

Salimos de Shlabul y caemos en Friend's home pero seguimos en Lima. En la cocina me cruzo con una socióloga austríaca que trabaja en una agencia de noticias, tiene varios piercings y cocina banana con curry. Y arroz, claro. Nosotros, ya contentos con tener cocina, vamos a algo más ascético: fideos con manteca y queso.

Terraza, medianoche. Pierdo al metegol con un compañero indio que tiene un yeso en un brazo. La austríaca se ve que me nota algo psicótico porque me dice:

- Es sólo un juegou.

- Sí, ya sé, pero no implica que no esté caliente. Además perdimos 10-9, y ganábamos 7-4 (nuestro mejor momento). Y no todos los días pierdo al fútbol (o al fulbito) contra un peruano y una austríaca. Milton trabaja en el hostel y se parece mucho a Walter, el más copado del anterior hostel. El otro ayudante del hostel es un arequipeño con aristas de ladilla. No quiero generalizar pero conocí tres arequipeños y los tres eran insoportables. Una mezcla de limeño y garrapata. Y feos. Pero ejerzamos la tolerancia. Supongo que debe haber alguna relación con que le hable todo el tiempo de idioteces a la austríaca. Que de todos modos es demasiado nórdica y alta y fría y relativamente encantadora (para el arequipeño y para mí).

Pero cuando el hostel funciona, funciona así (y esos son los momentos licuadamente encantadores):

Pasó medianoche y suena algún tema pop hindú:

Un cordobés simpático lee de un diccionario alemán-español que pertenece a la austríaca alguna palabra alemana al azar. Le muestra el significado en español a uno de los hindúes (son tres) y éste tiene que ayudar a adivinar al resto haciendo mímica. El que se acerca más con su definición, gana. Y la marihuana que me vendió ayer un morocho gordo y de metro noventa en un barcito con aire de secuestro no estaba tan mal. Le digo a mi circunstancial dealer:

- Cómo te llamás?
- Hans.
- No, dale, en serio.

Pone cara de cacique enojado y dice:

- Me dicen Hans.
-Ah, bueno.

Los hindúes son muy graciosos. Casi no hablan español ni inglés pero son extremadamente amables y se esfuerzan por comunicarse, con señas, con una mezcla de hindú, español e inglés. Tienen alrededor de treinta años, toman mucho ron con agua y están hace cinco meses en Lima. Estuvieron en Río comprando pantalones y ahora están esperando el llamado del padre de Apu (los cordobeses apodaron al que hace mímimca, el más carismástico, Apu). El padre de Apu tiene una empresa de ropa o algo así. Llama, da las órdenes, y ellos van a hacer la transacción. Mientras, toman ron y comen huevos pasados por agua. Le digo mi nombre a Apu y cuando él lo trata de decir me río de su pronunciación. Cambia la j por la f, y otras letras más. Pero después le pregunto su nombre y entiendo por qué le decimos Apu. Me recuerda a esos cineastas tailandeses. Apyoyang Peerechantful, o algo así. En fin, mañana supongo que habrá que seguir hasta Trujillo, y empezar a extrañar a los hindúes.

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