A la noche, insomnio post-comida coreana.
Al mediodía me sumé a twitter.
Después la tarde se me hizo larga y ansiosa. Primero me corté la nariz (!) al afeitarme. No fue tan grave, el roce mínimo de la gilette, controlado con un pedacito de papel higiénico. Después, mientras me debatía entre estudiar y organizar para la fiesta de tonight, me puse a hacer la cama y me clavé una astilla. Putée a toda la genealogía que había llevado mi cama hasta ahí, y a mí y a la suerte. Era medio centímetro de astilla bajo la uña. Probé con un cuchillo y nada. Tiré aceite sobre la uña y más punta de cuchillo: tampoco. Deconstruí un afiler de gancho: no way. Llamé a un amigo que vive a dos cuadras y no contestaba (debe estar festejando su cumpleaños). Salí a la calle, semi-desesperado, y me encontré con el quioskero gordo de la otra cuadra. En realidad, antes me encontré con un motoquero en la puerta del kiosco. Tenía desplegada su caja de herramientas y yo miraba por sobre el motoquero en busca de una pinzita. Le pregunté. Creo que él tienem, dijo y señaló al kiosquero gordo. Entré. Una idiota hija de puta compraba papel mallé y se quejaba de que los sábados estaba todo cerrado. Coqueteaba con el kiosquero. Le pidió un cigarrillo. Por fin se fue y el quiosquero no vendía nada, pero me prestó unas pinzas (también es cerrajero) y no pude. ¿Querés probar vos?, le dije. Probó. Vas a tener que cortar la uña, me dijo. Con un alicate. ¿Vendés alicate? No. ¿Y dónde puedo conseguir? En la farmacia de Acha. ¿Acha y qué? Y esta. Apurate que debe estar por cerrar. Salí corriendo, abriendo mi paquete de mentitas y tirándome varias en la boca para darme aliento, o para pensar en otra cosa. En la farmacia el farmaceútico viejo hablaba con un jubilado sobre camisas. El farmaceútico decía: ... y me compré dos camisas. Pero de las buenas, buena tela, y el bolsillito del costado te queda en la línea, bien, porque cuando son malas.... claro, decía el otro, y aportaba algo, otro comentario sobre la tela. Yo me debatía entre interrumpirlos, rezar que el otro se despida, cuál mierda es la línea del bolsillito. Chau, nos vemos, dijo el jubilado y el farmaceútico por fin era todo mío. ¿Qué necesita? Tijera, uña, cortar. Me había convertido en indio (si recordamos que antes era tartamudo puede haber algún paso evolutivo). Me señaló la tijera. Junto a ella, una pequeña y perfecta pinza. Dame la tijera y la pinza. ¿Cuánto es? 11$ la tijera. ¿Y la pinza? También. Tomá, justo. Salgo, me siento en la puerta de la farmacia, tiro los envoltorios a un costado y me pongo a trabajar. Unos minutos después: victoria, un poco de sangre y la disminución del dolor. Vuelvo a casa chupándome el dedo. Paso por el kiosco del gordo y le compro 16 chupetines (hace diez cumpleaños que fumo todo el tiempo, me cansé de las mentitas y quiero demostrar mi agradecimiento). En casa llamo a un amigo que va a traer menta y frutas. Otro amigo va a traer ron. Ahora a (tratar de) disfrutar.
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