En Bolivia tuve la suerte de compartir algunos momentos con un pibe porteño que era igual que yo. Era una sensación incómoda: mismos anteojos, pelo, nariz, estatura y mirada huidiza. La única diferencia entre él y yo era que él tenía novia, plata, fluidez y estaba bien vestido. Sin embargo, la versión mejorada de mí tampoco me gustaba. Tal vez porque permanecía en él esa sensación de incomodidad, de que los dos -más que nada yo, pero también él- podríamos haber sido algo más. Su novia, por ejemplo, si bien era linda y agradable, exudaba bondad y corrección. Todo lo contrario a la novia de un morocho del conurbano que era músico y carpintero. Su novia, si bien mantenía algún componente de aburrimiento, tenía una dosis de desenfado, irreverencia y sexualidad que la volvía mucho más interesante. Habilmente, la chica de nuestros sueños proyectaba su aburrimiento sobre su novio, y sobre la pasividad con que nosotros lo escuchábamos. Una voz similar a la del locutor de las publicidades del partido de derecha me explica en un susurro: es la suma de esas sutiles experiencias lo que te va convirtiendo en un tipo resentido.
2 comentarios:
¿Era realmente una versión mejorada? ¿Seguro? ¿Seguro seguro?.
Excelente lo del Radar. Lo vi el domingo y dije "puta! mirá quién escriba acá!".
Gracias, L.
un abrazo
Publicar un comentario