Neurosis digital o autismo positivista

miércoles, 17 de diciembre de 2008

En un asado hace mil años



Entro al blog de Jaramillo. Refiere en su último post al blog Trabajos prácticos (todo blog refiere a otros que refieren a otros y a otros). TP no me engancha, fuera del simpático diseño, posts largos que no sé de qué hablan (o que hablan de cosas que no me interesan). Quizás a todos nos interesa cada vez más postear y no leer posts.

Entre todo eso, paso las primeras líneas (y leo!) un post de un tal Rodríguez, que se titula Rodríguez es kirchnerista (parece una salida del closet estilo soy gay, quizás porque al igual que en la sociedad prima lo hetero, en la superficie blogger o en cierto sector de la cultura prima lo no-K: mamá, papá, soy peronista). Me pareció un poco largo, así que me tomé el atrevimiento de editarlo un poco. Empieza hablando de la importancia de subrayar libros con birome. Acá va:


Ahora desconfío de los que no subrayan o subrayan sólo con lápiz sus libros. ¿Qué piensan? ¿Que serán donados a la biblioteca de su barrio, al CIC de su pueblo, al comedor? No. ¿O piensan que los libros son sagrados?
La cultura es enemiga del poder, esa idea racista, turra, de que la cultura es contracultura, y que no resiste medio minuto. Los libros tienen que tener marcas eternas de lecturas. No eternas en un sentido trascendente, sí en un sentido literal: los rastros de que uno leyó definitivamente el texto. Las huellas.
Sí. Lo admito: soy kirchnerista. Siempre lo fui, siempre lo seguiré siendo, incluso cuando se acabe. Es una contracultura política que revivió a la cultura política, y no sólo a ella, también a la clase política, que es, después de la muerte de la burguesía, la clase mas revolucionaria.
Amo los libros que tengo, mas allá de que no soy dueño de una biblioteca envidiable. No tengo perlas o hallazgos, no tengo colecciones, no tengo libros caros, no tengo la colección entera de Página 12, no. Tengo algunos libros básicos, cuya lectura fue igual a la vacuna de los 8: lecturas preventivas porque –ese es quizás un mérito de la época– ninguno de nosotros quiere saltar sin red. Somos obsesivos.
Quiero decir: soy kirchnerista desde hace años. Desde que empecé con esto (¿). Desde siempre. Soy kirchnerista desde antes de que Néstor lo sea.
Soy kirchnerista porque sí, porque siempre lo fui. Es una excitación alrededor de hacer posible todo lo que es posible. Es el posibilismo mítico, el progresismo posible, la república en un gran salto hacia adelante… Es la carta de Walsh abierta, en constante escritura, que terminará atrapada en una futura edición de un libro que nadie quemará, del que nadie será culpable. Soy k. Re k. Mas k que la mierda. Los montoneros nacieron de un humilde y clandestino aparato judicial (¿lo recuerdan?), y ellos tenían entonces ya, desde el aramburazo, esta oportunidad de hacer un alfonsinismo mejor. Los saltos de la historia son sobresaltos de casos sin resolver, según la métrica montonera. No sólo se desprende del dios se apiade de su alma, sino del periodismo de Walsh (quizás el mejor de esos años) esa idea de que a la historia hay que resolverla en clave judicial: como esa escena ínfima que pretende desnudar al vandorismo en el tiro por la espalda calculado milimétricamente en La Real, que mata a Rosendo. No la forrada del Fiord, no, la precisión judicial instalada en la historia: pura racionalidad, cálculo. Eso es lo que no se les escapa a los montoneros del peronismo: atrapar su racionalidad, sus cálculos, su eficacia, mimetizarse en su mística, para hallar la clave de su caja de seguridad. Los montoneros son el entrismo iluminado por la idea de que la historia tiene un acertijo, varios acertijos en verdad. Lo que activa al aparato montonero es una máquina judicial capaz de crear un ejército de liberación nacional tanto como esta continuidad jurídica de los juicios. La democracia de un lento avance judicial: al olvido se le ofrecerá memoria, al crimen se le ofrecerá castigo. Así, invirtiendo, y colocando una oferta de opuestos que supuestamente nacen del caudal histórico y popular. Rosendo murió por la espalda, sí. El tiroteo era contra fantasmas, y su simulación encubre un tiroteo “interno”, un pequeño juego de desvíos de una puntería fina. Como dijo Walsh en uno de sus últimos documentos: ya somos una patrulla perdida. Había una simulación que se le escapó a la mirada walshiana como agua en las manos, un crimen traidor, porque el desastre de la historia sucede al aceptar su linealidad, su aventura evolutiva, eso te lleva al desierto.

Soy kirchnerista. Lo pactamos en familia. En un asado hace mil años.

1 comentario:

WIB dijo...

eyyyy...sabes que yo comparti unos dias con los tp, mi ex ta metido ahi...son complejos los chicos estos, demasiado intelectuales...muy capaces claro...pero demasiado exclusivo lo que hacen...en fin, queria contarte nomas...
la intelectualidad sirve si entra, sino, queda en la mente, y la verdad somos demasiadas mentes para darle tanta rosca!